"Quien tenga algo que objetar acerca de lo que yo escribo, sólo piense y recuerde que: Lo que expongo, es mi experiencia y mi pensamiento; no puedo exponer ni su experiencia ni su pensamiento. Si mi experiencia fuese igual que su experiencia y mi pensamiento fuese igual que su pensamiento, entonces usted sería yo... y de ello, a ambos nos libre Dios."
(José L. Dasilva N., manifiesto personal, xxxx)
"El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar, por medio de esta apropiación, el trabajo ajeno."
(Marx y Engels, Manifiesto Comunista, 1848)

sábado, 20 de agosto de 2011

Pensó, no sin razón, que aquel sonido estaba más allá de cualquier concepción humana. No era posible, se decía, para una mente terrena, concebir tan hermosa sucesión de armonías y, menos aún, que existieran voces capaces de interpretarlas. ¿Qué era lo que sonaba? ¿cómo era posible que no lo hubiese escuchado nunca antes? En su perplejidad, se dió cuenta de que todo lo percibía como si estuviera recuperando la conciencia, como si despertara de un sueño profundo. Con los ojos aún cerrados -no podía abrirlos, de hecho, por más que se esforzaba- comenzó a recordar lo sucedido.

Eran las seis menos cuarto la última vez que miró el reloj a no más de cincuenta metros de la sala de conciertos. No faltaba más que cruzar la calle, subir la escalinata y entrar. Había tiempo suficiente. Justo, pero suficiente. Ni siquiera tendría que detenerse en la taquilla a comprar el boleto. Lo había adquirido días atrás y lo llevaba en el bolsillo de la camisa. Tocó para asegurarse... Sí. Allí estaba. El semáforo no tardaría más de diez segundos en permitirle el paso. No había necesidad de aventurarse a cruzar corriendo por entre los automóviles que circulaban a alta velocidad.

¿Cuánto tiempo había esperado para esto?
Toda una vida ahorrando "de a poco" porque "algún día ese coro de ángeles se presentará en esta ciudad y yo voy a estar en primera fila, tan cerca, tan cerca, que si yo cantara, mi voz saldría disparada hacia el público confundida con las demás voces como si yo mismo estuviera sobre la tarima".

Mientras algunas personas se desviven soñando mansiones gigantescas y autos costosísimos, otras viven con la sóla ilusión de poder disfrutar antes de morir, en primera fila, un concierto.

¿Qué hora será? Ya deben pasar de la seis. La presentación habrá empezado. Quizás esas voces que oigo es el sonido que trasciende las paredes del teatro. Y yo sigo aquí, sin poder cruzar esta calle. Pensándolo bien, ¿donde estoy?. Al abrir los ojos, muy lentamente, puede divisar, a su altura de observador, el primer peldaño de la escalinata, a no más de ¿treinta metros, quizás? Lo observa por el espacio vacío que queda entre dos personas de la multitud que se ha agrupado en torno a él. Un hombre grita concierta desesperación, sosteniendo la cabeza entre las manos. Él no entiende lo que dice, pero sabe que grita. También sabe que la multitud está produciendo un sonido ensordecedor, por algún tipo de conmoción, pero lo único que alcanza a oir es el sonido del coro interpretando una de sus piezas favoritas. De algún modo, sabe que el hombre de las manos en la cabeza, es el chofer del automóvil con el parabrisas astillado. Ya despierto del todo, del todo recuperada la conciencia, pero aún sin saber muy bien lo que pasó, descubre el motivo de la conmoción general: ve un cuerpo, tendido cuan largo es, en medio de la calzada, justo en el instante en que alguien lo está cubriendo con una sábana negra o algo que se le asemeja. No puede oir los sonidos de la multitud, pero el coro de ángeles se escucha cada vez más claramente. Cada vez más cerca. Ahora todo lo observa desde arriba... y se aleja... y se aleja...

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