- En una galería de arte
- Breve crónica del éxito inesperado
- De aldeas y tenderos
- El ciclo del agua
- Derecho a la vida
- El poder de un "¿por qué?"
- Cuestión de perspectiva
- ¿Infiel?
- De cómo un clan sin tierra se convierte en "pueblo elegido"
- Dos caras de un misma moneda... o la agresividad del "chavismo"
- Cuestión de "Oportunidad"
- De cómo "lo vi con mis propios ojos" deja de ser una expresión redundante
- El viejo jardinero
- Las nueve y cinco
- ¡Ah, poetas!
- Honestidad ante todo
- Sin Comentarios
- Más escenas
En una galería de arte.
- Se ha detenido usted mucho tiempo delante de esa obra.
Di media vuelta para mirar a mi repentino interlocutor y respondí, sin saber exactamente a quien ni el por qué respondía:
- No me he detenido yo. Me ha detenido la obra. Yo sólo caminaba por aquí, sin ningún interés en particular y ella, de algún modo, me ha llamado; me ha dicho "aquí estoy" y me ha invitado a observarla.
Me extendió la mano, intercambiamos nuestros respectivos nombres -del suyo ya no me acuerdo- y agregó
- Venga. Le mostraré algunas obras que sí vale la pena analizar.
Me llevó a un extremo de la pared donde había un cuadro que, con toda seguridad, yo habría pasado por alto y comenzó a hablarme de un lienzo blanco, puro, que fue, primero, cubierto con un fondo oscuro y luego herido siete veces por el pincel. Cada pincelada era un intento por abrir un hueco en la noche. Una puñalada a un cuerpo etéreo. Y de cada herida brotaba una mancha de distinto color. El fondo oscuro se había impregnado en la tela de tal modo que al herir aquella supuesta noche, se hería también la pureza ya inexistente del lienzo... Después me habló de las formas, del equilibrio logrado en la composición, de la exactitud con que cada color describía un segmento del mensaje... Resumiendo: una verdadera obra maestra.
- Perdone usted pero... no veo el mensaje y no comprendo cómo llega usted a esa interpretación tan concluyente a partir de algo tan abstracto que, en realidad, puede significar lo que cada quien quiera que signifique.
- El mensaje es evidente -me dijo con un tono de voz que no ocultaba su malestar por unas palabras que yo había dicho sin el menor ánimo de ofensa- y lo conozco muy bien porque soy el autor. Claro, estoy consciente de que para poder apreciar e interpretar este tipo de obras, es necesario tener una visión de artista sobre el arte. Es necesario un cierto conocimiento, tanto de los recursos como de las técnicas de expresión, que obviamente usted no posee.
- No -respondí haciendo caso omiso de aquella alusión a mi deficiente "cultura artística"- el problema es que yo, como la mayoría de las personas que han pisado, pisan y pisarán el suelo de esta sala, soy un mortal común y usted, al parecer, hace arte para los dioses. Lo siento por usted. No creo que haya muchos dioses merodeando por aquí dispuestos a comprar obras de arte.
Y sin mediar entre nosotros más palabras, regresé al lugar en que estaba aquella otra obra, tal vez de un artista menos importante, con menos nombre y,tal vez, menos "conocimiento" en cuanto a técnica y recursos expresivos; una obra, tal vez, con menos valor comercial -¿quién soy yo para juzgarlo?- pero que había cumplido con su objetivo primario: no pasó desapercibida para mi ni para otros que como yo, apreciamos el contenido de lo que vemos. Se hizo notar por sí sóla sin que nadie me invitase a conocerla. Y pensé: al fin y al cabo, ¿para quién hace arte el artista? ¿para el público ante el cual expone? ¿para el crítico que le juzga pero que dificilmente llegará a adquirir una de sus obras como no sea con la idea previa de un intercambio comercial futuro? ¿para otros artistas que, a su vez, están ocupados intentando colocar su arte en el mercado porque de ello es que viven o sobreviven? ¿Para sí mismo?. Y si el objetivo del arte no es la supervivencia del artista -y no lo és en muchos casos-; si el objetivo del arte es plasmar un mensaje a través de tal o cual recurso expresivo, ¿qué sentido tiene desordenarlo de tal modo que cada quien pueda interpretarlo a su manera?.
Todavía me detengo de vez en cuando ante la pared donde está colgada la obra de que hablo: aquella que, supuestamente, no merecía mi atención. No tengo que ir a una sala de exposiciones para ello. No conozco al artista, es decir, no estreché su mano ni intercambié palabras con él -la transacción se hizo a través de los administradores de la galería-. Puede que algún día me lo encuentre en algún lugar y le pida su versión sobre el contenido -que seguramente será más exacta que mi interpretación personal-; eso es lo de menos.
Mientras tanto, aquel otro pintor de cuyo nombre nunca puedo acordarme, ha desistido ya de exponer el cuadro de las siete pinceladas sobre fondo oscuro. Lo tiene, hasta donde sé arrinconado en un desván.
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Breve crónica del éxito inesperado.
Era una obra intrascendente. La más intrascendente de las obras de un artista con poca suerte. Quiso la casualidad, en una de esas exposiciones itinerantes en las que participó, que un reconocido experto en materia de arte exclamara "¡Genial! Es absolutamente genial", cuando estaba frente a ella. El, por supuesto, no se refería a la obra que tenía enfrente. Conversaba en ese momento con su acompañante acerca de una idea para pasar el fin de semana. Quiso la casualidad, así mismo, que acertara a escuchar tal exclamación no sé qué personaje de elevado poder adquisitivo y, asumiendo que se refería a la obra en cuestión, pensó: "tiene que ser mía, antes de que otro se me adelante" y fue presuroso a hacer la reserva correspondiente. El administrador de la galería -a cargo de las ventas-, viendo tanta decisión en el comprador y conocedor de su poder adquisitivo, infló diez veces el valor de la obra -valor que el personaje pagó sin ningún tipo de objeción-. Inmediatamente, el valor de cada una de las restantes obras del artista se incrementó en la misma proporción (algunas, incluso, en una proporción aún mayor, tomando en cuenta que aquella era la más intrascendente)... y todo aquel que pudo pagarlo, para no ser menos, se apresuró a adquirir una. Todos los borregos siguen a un pastor.
Era una obra intranscendente de un artista que, sobreviviendo como podía, pintaba por devoción... hoy crea manchas por encargo y conserva su verdadero arte -ese que a nadie parece interesar- entre las paredes de su habitación.
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De aldeas y tenderos
Era un pequeño poblado a dos kilómetros de distancia de cualquier parte. Había cincuenta casas y una tienda de abasto. De las cincuenta casas, quince pertenecían a familiares directos o indirectos del tendero: hermanos, primos, tíos, sobrinos...; veinte pertenecían a "amigos de siempre", aquellos buenos amigos que no pierden oportunidad de recordarte (ya no sé si a modo de festejo o de reclamo) que han visto nacer a tus hijos al igual que sus padres te vieron nacer a ti. Las quince casas restantes eran construcciones recientes y pertenecían a personas que habían encontrado en la aldea el lugar ideal -"tranquilo y sin ruidos"- para vivir lejos del centro urbano. A sus familiares -a los directos y a los directos de los directos-, el tendero vendía siempre a precio de costo -cuando no con vales tiempo-degradables de "ya me lo pagarás"-. Para sus amigos siempre había algún descuento -"déjalo así... céntimo más, céntimo menos..."- y sólo cobraba lo justo -eso sí, estrictamente lo justo- a los demás.
La aldea ha crecido. Hoy se cuentan ochenta casas... pero ya no hay tienda. Mientras el -en otro tiempo- tendero ha de arañar encorvado la tierra de otros para sobrevivir, los demás se lamentan de lo lejos que deben ir "... para comprar cualquier cosa, ¡con lo cómodo que era cuando había tienda en la aldea!"
Quien no conoce la historia pregunta:
- ¿Por qué cerraría?. Una tienda aquí no debe ser tan mal negocio.
Y quien la conoce -familiares y amigos, especialmente- responde:
- Era un tonto idealista. No sabía administrar.
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El ciclo del agua
"El agua nace en la montaña y baja por este camino. Después
de mucho caminar, llega al océano; allí se mezcla con otras aguas
y espera a que el sol venga a buscarla para llevarla al cielo. Cuando el cielo
se llena y no puede contener más agua viene la lluvia porque el cielo se
desborda y el agua que sobra cae de nuevo sobre la montaña. Pero el agua
pertenece al cielo y, por eso, vuelve a correr por este camino en busca, otra
vez, del océano... y de nuevo el sol la lleva al cielo... y de nuevo
vuelve a la tierra... en un círculo sin fin.
"La razón de ser del río
es el agua que transporta. Sin agua, el río no sería más
que un camino vacío hundido en la tierra. Sería inútil,
incluso, como camino porque, al estar hundido, nadie lo utilizaría para
caminar. Y lo que le da sentido a la existencia del agua es que, a su paso por
los ríos, va regando las praderas de donde nosotros obtenemos alimento y
calmando la sed de todos los seres vivos, incluso, nuestra propia sed. Sin agua
no es posible la vida, así que, la razón de ser del agua es la
utilidad que tiene para todos los seres vivos."
De esta manera intentaba yo explicar a un niño el por qué por más que corra el agua río abajo, el río nunca se vacía.
-¿Eso quiere decir que el agua que vemos correr ahora, va a volver a pasar por aquí después? -me preguntó entonces.
- Algún día -le dije-, tal vez después de muchos años. Pero ya no será la misma porque tendrá un poco de todas las aguas con las que se mezcló...
- Tal vez después de muchos años. Claro, -concluyó convencido- los océanos son muy grandes y contienen mucha agua y el sol que es tan pequeño necesita mucho tiempo para llevársela toda al cielo. Además, en el cielo también cabe mucha agua...
Y seguimos caminando en silencio, cada uno, supongo, con su propio pensamiento. El, satisfecho con la conclusión a la que había llegado. Yo, intentando poner orden a la cantidad de pensamientos que sobre la esencia de la vida me había dejado esta simple conversación. No son pensamientos nuevos, debo decirlo. Han estado presentes, en más de una oportunidad, en cosas que he escrito; pero vista desde esta perspectiva, la esencia de la vida humana e, incluso su razón de ser, pareciera no estar muy lejos de la simplicidad de estas explicaciones y pensamientos sencillos -infantiles casi diría-. El agua es la esencia del río. Sin agua, el río sería sólo un elemento estático, muerto, en la geografía del mundo físico, pero no por el agua que arrastra en sí, sino por los efectos que el agua ejerce sobre los lugares por los que pasa... ¿Qué podemos decir acerca de este elemento que es el cuerpo humano en la geografía de la existencia?
"La mejor manera de esconder algo es ponerlo a la vista de todos" oí una vez que alguien decía. Y cuanta razón tenía!. Tenemos las respuestas ante nuestros ojos, en los pensamientos más triviales, en las cosas más sencillas... pero todo lo complicamos tanto...
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Derecho a la vida
Regresaba a su casa como cada noche que el trabajo se lo permitía.
En un cruce de calles creyó notar un movimiento extraño entre las sombras de una transversal. El instinto. ¡Ah, el instinto!. Ese sentido del deber que no permite al buen profesional desentenderse del trabajo ni en los momentos de descanso.
Detuvo el auto un poco más adelante y se acercó caminando al lugar. A medida que se acercaba, se hacía más perceptible aquel sonido, mezcla de forcejeo, ansiedad y desesperación, que, no por familiar, le resultaba conocido; los buenos policías son como los buenos mecánicos: les basta escuchar el sonido del motor para tener una ligera idea sobre cual es y dónde puede estar el problema. Imagenes en fracciones de segundo: un hombre -no se nos permite llamarle de otro modo en tanto un juez no lo dictamine a ciencia cierta- se reincorpora sobre el cuerpo de una mujer yacente con su ropa destrozada. Empuñó su arma ante la obvia agresión y, consciente del derecho a la vida que tiene todo ser humano, dió la voz de alto. El otro, con un movimiento rápido al más puro estilo "western", accionó el revolver que sostenía en su mano izquierda.
Todo quedó a osbcuras. Alguien apagó la luz. Al tiempo que caía, la mujer le oyó decir "Tenía derecho a un juicio. Tenía derecho a vivir".
En el hospital, sólo un instante antes de morir, los que allí estaban le oyeron decir: "tenía derecho a un juicio justo, tenía derecho a la vida". No sabemos a quien se refería, si al criminal que huyó satisfecho después de la faena, a la mujer ultrajada o a sí mismo...
Alguien piensa en voz alta "Si en lugar de un hombre hubiera sido una bestia salvaje desmembrando a un ser humano, con seguridad habría disparado sin hablar" y otro alguien, en voz baja, para no entrar en polémicas inútiles, se pregunta "¿dónde está la diferencia?"
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El poder de un "¿por qué?"
Hasta ayer, no más, para algunas personas de mi entorno, yo era "un tipo agradable, serio, responsable, amigo entrañable"; se decía también que era "profesional de una ética intachable y amplios conocimientos, además de honrado a toda prueba". Tal era la publicidad que se me hacía. Ya no.
Lo decían personas a quienes yo tenía en alta estima. Amigos de muchos años. Personas que me llamaban por teléfono -aún los días de descanso- a las horas más insospechadas, cada vez que tenían algún problema con su computadora y no sabían como resolverlo. Y yo se lo resolvía a distancia -así se evitaban gastos de reparación o mantenimiento-. Ya no (espero).
Sucedió que en un momento determinado de una conversación en que se disertaba acerca de la necesidad de revocar el mandato otorgado democráticamente por voto popular a cierto presidente, cometí el error -o más bien, a la luz de hoy, tuve el acierto- de formular la inesperada pregunta "¿por qué?". Bastaron esas dos palabras. El concepto (sostenido por muchos años) que de mi tenían quienes me escucharon cambió radicalmente...
De todo aquello que yo era (según decían) ahora sólo queda "un comunista execrable que apoya a este gobierno". ¡cuánto significado puede extraerse de dos palabras!. Hay quien opina que no perdí nada que mereciera ser conservado. Yo lo afirmo. Pero no es lo perdido o lo no perdido lo que motiva este comentario sino el exponer todo el Poder que puede haber en seis letras separadas por un espacio. Ese "¿por qué?" capaz de destapar la olla donde hierven la hipocresía y la adulación. Un "¿por qué?" capaz de poner en evidencia la total falta de criterio del oyente y, como una criba, separar al verdadero amigo del indeseable advenedizo. Incluso diría que disentir por un instante, aún estando de acuerdo, puede ser una buena manera de probar la amistad de quienes nos rodean, si no creyera yo firmemente que la amistad que amerite ser probada, es preferible desecharla aún antes de someterla a prueba. Tarde o temprano, sin necesidad de filtros, la fruta podrida siempre termina por caer del árbol.
Ahora supongo que ya no volveré a recibir llamadas un domingo a medianoche para decirme "estoy intentando revisar mis mensajes de correo pero el Outlook Express no responde ¿qué hago?"; y, es que, de recibirlas, con seguridad, en lugar de dar respuestas, volveré a preguntar nuevamente "¿por qué?".
agosto, 4 de 2004
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Cuestión de perspectiva
El editor, aquel hombre dízque versado en letras -a mi juicio más conocedor de su negocio que de literatura-, me tendió una de las hojas que descansaba sobre su escritorio, al tiempo que decía: "dígame amigo, ¿en qué parte de estas líneas vé usted la poesía?". Reconocí al instante uno de mis escritos, tal vez no de los mejores pero tampoco el peor de todos. Tomé la hoja, dibujé sobre ella una pequeña caja a lo "Saint-Exupéry" y se la devolví diciendo: "mejor dígame usted, amigo, ¿en qué parte de esa caja ve un cordero?"
agosto/2005
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Un par de botas en el armario ........sin poder de decisión que te calzas cuando gustas ........así soy... Amor de cuarto creciente una vez por menstruación natural como el paisaje como el canto de las aves ...una pareja biológica en toda su dimensión |
"¡Infiel! ¿qué es la fidelidad?", pensaba, tal vez buscando para si misma una justicación a sus acciones y pensamientos recientes. Veinticinco años de escasa actividad sexual -frustrante, podríase decir-, siempre orientada -aunque no sin gusto, todo hay que decirlo- a complacer a la otra parte. Veinticinco años de buscarle una respuesta a la pregunta nacida ya en los primeros días de la llamada luna de miel "¿por qué se casó conmigo si no le atraigo sexualmente?"; conviviendo con el pensamiento "sólo cuando quieres, como quieres, donde quieres" y mitigando -en lo posible- sus instintos en la soledad de la ducha...
"¡Infiel! ¿a qué? ¿a quién?"... Recordaba la cantidad de insinuaciones -de hombres por los cuales otras se hubieran peleado- que esquivó a lo largo de veinticinco años, incluso las de aquel "Mister Universo" que habría de llegar a alcalde de un pequeño municipio no mucho tiempo después; por simple "fidelidad" a sus principios morales y al gran amor de su vida, con la esperanza de que las cosas cambiarían en cualquier momento, aún cuando, cada vez que ella intentaba hablar del asunto, la respuesta era siempre la misma: "¡sólo eso tienes en la mente... el amor es mucho más que sexo!"... ¿cómo evita pensar en comida quien tiene hambre?.
Ahora, al fin, después de veinticinco años de lucha consigo misma, alguien -sin siquiera proponerselo- ha logrado doblegar su voluntad. Ella, sin pensarlo, sin apenas darse cuenta, se dejó llevar.
¿Quién quiere dar inicio al juicio? ¿Quién quiere dar el primer paso de la acusación?
"Si tan inconforme estaba, ¿Por qué no lo dejó?",
¿será porque amaba más allá de la necesidad biológica?
"¿Por qué no lo deja ahora?" ¿será porque aún
ama más allá de la necesidad biológica?
Será tal vez, que la necesidad de amar y sentirse amada la llevó a enamorarse de ambos ¿hay quien pueda negar tal posibilidad? ¿quién sin ponerse el zapato es capaz de entender cuánto [el zapato] aprieta? ¿Qué tan limitada capacidad de pensamiento es capaz de decir que tal cosa no es posible?
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... y la voz dijo a Abra-ham: "Yo te hice a mi imagen y semejanza. A ti y toda tu descendencia -mas, sólo a tu descendencia- reconoceré como mi pueblo, único y bien amado. Cualquier otro ser que veas sobre la tierra por más que a ti se parezca, no es como tú aunque camine erguido y pueda hacer lo mismo que tú haces, como tú lo haces y hasta mejor, no es como tú: son figuras de barro fabricadas únicamente para estar a tu servicio. Eso te da derecho ilimitado sobre cualquier otro ser en la tierra ya sea que nazca de hembra o que deba ser sembrado, ya sea que hable, maúlle, ladre... -que todo son sólo sonidos y entre los sonidos sólo tu voz es voz- Tú, Abra-ham, padre de mi pueblo predilecto, mi hijo amado, no dudes en quitar a otros lo que quieras para ti, ya que, si otro lo tiene es porque a ti te lo he dado. "Y si acaso te preocupa aquello de los pecados basta que pidas perdón si quieres, de cuando en cuando... "¡Mira, hagámoslo oficial!: invéntate un día al año para que llores tus faltas... y que sea algo privado que tampoco es natural ver a un pueblo predilecto continuamente humillado." |
Abra-ham, que desconocía totalmente términos como "stress", "paranoia", "desdoblamiento de personalidad", "psicosis", "psicoterapia", y cosas por el estilo, en una época en que la psicología y la psiquiatría eran todavía oficios de ciencia ficción, no se le ocurrió pensar que aquellas voces podían ser las voces de su propia locura (o, ¿por qué no?, de su ambición) y despertó diciendo a todos "Dios me ha hablado".
Fue así como "el dios de Abra-ham" autorizó a Abra-ham y a su descendencia, por los siglos de los siglos, para ir por el mundo haciendo la guerra a todo aquel que, en nombre de la democracia y la libertad, no se pliegue a sus designios (a los designios del pueblo de Abra-ham, obviamente). Siglos después, en tiempos de lo que se llamaría "el descubrimiento y la conquista de América", algunos gobernantes re-utilizarían la teoría de aquella "autorización", esta vez bajo la figura de una "patente de corso", para distinguir a los "piratas" (vulgares bandidos sin autorización para saquear), de los "corsarios" (bandidos igualmente vulgares cuyas fechorías estaban amparadas por la ley).
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Dos caras de un misma moneda o "la agresividad del chavismo"
Dejo la pura y simple observación, repetida infinidad de veces durante los últimos 7 años. Saque sus conclusiones quien quiera hacerlo.
ACTO I - anverso -
Me encuentro con una persona de las tantas que, hoy en
día, se oponen a Hugo Chávez Frías como presidente de la "República
Bolivariana de Venezuela" y a su reelección. Un amigo, un familiar,
un conocido...
Iniciamos una conversación en la que, desde el
principio y sin tener constancia, mi interlocutor asume como verdad absoluta que
yo soy de su misma, exacta, opinión. Sin que haya motivo alguno para
ello, y como si no hubiera entre nosotros nada mejor a qué referirnos, la
conversación versa, desde el principio, sobre "el desastre al que
nos ha llevado este loco comunista pupilo de Fidel Castro". Si en algún
momento cometo la osadía de emitir una opinión contraria, o hago
algún comentario sobre lo acertado de tal o cual obra, entonces, con un
cierto nivel de agresividad, que puede rayar en la violencia, siempre alzando la
voz a nivel del grito, mi interlocutor iniciará un ataque orientado a
desacreditarme como ser pensante, porque mi pensamiento "es el típico
pensamiento marginal, chavista" y yo soy "el típico resentido
social, cuya inconsciencia e irresponsabilidad, llevó a este loco a ocupar la silla presidencial"; me
investirá de cuanto improperio insultante cruce por su mente visiblemente
ofuscada y nos separaremos casi sin despedirnos como si entre nosotros mediara
el mayor de los rencores.
ACTO II - reverso -
Me encuentro con una persona de las
tantas que, hoy en día, apoyan la gestión gubernamental de Hugo Chávez
Frías y están de acuerdo con su reelección. La conversación
gira sobre la familia, lo crecidos que están los chicos, los exitos
alcanzados en el trabajo, lo bien que se ven las calles alrededor de la estación
nueva del metro, el ferrocarril que por fin llega para aliviarle la vida a
quienes viven en los valles del Tuy y deben trabajar en Caracas, la música,
la poesía, etc. Puede ser que por obra de la casualidad, salga a relucir
el sr. Chávez y puede que, en un momento dado, yo me muestre en desacuerdo con
alguna de sus políticas; entonces, mi interlocutor, si es un chavista muy
radical, intentará convencerme, utilizando sus mejores argumentos, de que
estoy equivocado y, si no lo es tanto, incluso podría convenir conmigo en
que, "de verdad que sí, ahí se equivocó, pero tienes que
reconocer que hemos logrado grandes avances en otras áreas". En
cualquier caso, se produce un encuentro propicio para el intercambio de ideas,
en acuerdo o en desacuerdo, pero siempre cordialmente y con el mayor de los
respetos, para terminar dándonos un apretón de manos y, expresando
los acostumbrados deseos mutuos de bienestar para nuestras respectivas familias,
despedirnos hasta una próxima oportunidad.
Epílogo
Quien tenga algo que objetar a lo leído, sólo piense y
recuerde que: LO QUE AQUI EXPONGO, ES MI EXPERIENCIA Y MI PENSAMIENTO; NO PUEDO
EXPONER NI SU EXPERIENCIA NI SU PENSAMIENTO. SI MI EXPERIENCIA FUESE IGUAL QUE
SU EXPERIENCIA Y MI PENSAMIENTO FUESE IGUAL QUE SU PENSAMIENTO, ENTONCES USTED
SERIA YO... y de ello, a ambos nos libre Dios.
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Cuestión de "Oportunidad"
Acto I
El 15 de abril de 1985, cerro arriba, a trescientos y tantos escalones de altitud sobre el nivel raso de la ciudad, en un recinto remotamente parecido a algo que pudiera ser una vivienda, nació una niña cuyo nombre no diremos; no por que no lo tenga -tener lo tiene, que la pobreza, aún la más extrema, no excluye al nombre como a veces hace con el apellido-, sino porque esta niña podría ser cualquier niña y, a los fines que persigo escribiendo esto, lo es. Hija de madre soltera y padre desconocido, de hembra en celo, hay quien diría, y macho que se aprovecha sin más conciencia que la ley natural, biológica, imperante en cualquier selva; producto de las circunstancias, acaso de la inocencia. Desde el mismo instante de su nacimiento supo lo que era el hambre; y, al poco de caminar conoció el trabajo duro y constante. Cuando tuvo edad de ir a la escuela, era mujer de su casa: cuidaba de dos hermanos, niños de menor edad, hijos tal como ella de padre desconocido, mientras su madre -típica hembra en ambiente de miseria- ganaba en casa de lujo el poco pan de la cena. De cualquier modo, ¿para qué ir a la escuela? Nada se aprende con hambre como no sea a distinguir los gruñidos del propio estómago. No se puede estudiar con hambre; tampoco sin libros... Y los libros son aún más costosos que el pan.
Hoy, con 18 años cumplidos, se gana la vida para ella, su madre y sus hermanos -dignamente, eso sí- limpiando la basura en casa ajena, sin más perspectiva de futuro, ni más expectativa, que vivir mientras se pueda.
Acto II
Aquel mismo día, 15 de abril de 1985, en una clínica privada de una zona más o menos céntrica de la ciudad -clase media, digamos solamente por poner cierta distancia, no para "separar" sino para producir el contraste necesario a la conclusión-, nació otra niña. Su padre aguardaba la noticia en el salón de espera, mientras leía, de un poemario de Andrés Eloy Blanco, aquel hermoso poema "los hijos infinitos"
("Cuando se tiene un hijo, se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera, se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga y al del coche que empuja la institutriz inglesa y al niño gringo que carga la criolla y al niño blanco que carga la negra y al niño indio que carga la india y al niño negro que carga la tierra.")
Esta niña de la que ahora hablamos, creció al abrigo del cariño y los cuidados de sus padres, abuelos, tíos y demás familiares. No supo nunca de hambres o vestidos rotos y cuando anduvo descalza fue por capricho propio no por falta de zapatos. Asistió desde que tuvo edad a un colegio privado (aclaro: de pago) y entre estudios y juegos -como debería suceder con todos los niños del mundo- pasó su niñez sin mayores contratiempos ni amarguras.
Hoy, felizmente a sus diez y ocho años, comienza el segundo año de carrera universitaria.
Acto III
(discusión)
Cuando pienso en estas dos niñas y oigo cosas tales como que "nada hay escrito para el futuro del ser humano" porque "el futuro de cada-quien, cada-quien lo escribe a medida que vive su presente", me digo que hay algo que no encaja del todo en su sitio. ¿Será que la segunda niña, me pregunto, tuvo mejores maestros de redacción, gramática y ortografía que la primera cuando aún estaban en su limbo prenatal (o preconcepción, por ir más atrás)? ¿Realmente fueron ellas quienes escogieron los padres que habrían de concebirlas? ¿Fueron ellas quienes escogieron el lugar donde iban a nacer? ¿qué culpas tuvo la una que la otra no tuviera? ¿Qué méritos?.
Hay quien se esconde tras la idea de que "la oportunidad toca todos los días a la puerta, quien no la aprovecha es porque no quiere" para no ver -como recurso para evitar enfrentar- lo que sucede a su alrededor. Son aquellos que después de haber "levantado" una empresa exitosa, a costa de no poco esfuerzo (reconozcámoslo), atribuyen su éxito exclusivamente al esfuerzo dedicado y olvidan que hace años alguien tuvo en ellos la confianza suficiente -les dió la oportunidad- y puso a su disposición los recursos necesarios -financieros, intelectuales o del tipo que fuera- para comenzar. Es aquel que ha logrado acumular una cierta fortuna, gracias a su perseverancia y constante esfuerzo 18 horas al día durante 365 días al año y no pierde oportunidad para contarlo, orgulloso y ufano -con sobrada razón-, olvidando mencionar, por supuesto, el apoyo que desde algún despacho gubernamental -a cambio de un mínimo porcentaje y uno que otro obsequio por favores recibidos-, le vino en la forma de contratos o pagos anticipados. En fin, las variantes son tantas que sería imposible detallarlas todas -de harto conocidas que son, por otra parte, no tiene sentido detallarlas-.
El caso es que -y no dudo que habrá quien me lo discuta-, muchas veces el éxito o el fracaso -dependiendo de lo que cada quien entienda por éxito y fracaso, pero en fin, el estar en donde se está- se reduce a una cuestión de oportunidades -estar en el lugar apropiado en el momento apropiado-. Es cierto que la oportunidad sin esfuerzo no lleva a ninguna parte; pero no lo es menos que el esfuerzo sin oportunidad, sólo nos lleva al cansancio; al desgaste físico y moral (que acaso, el último, sea el peor de los desgastes).
Abril, 2003
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de cómo "lo vi con mis propios ojos"
deja de ser una
expresión redundante
Estoy sentado frente a la pantalla del televisor. La transmisión muestra, en vivo y en directo, a un grupo de policías soportando estoicamente, sin inmutarse y sin el más mínimo movimiento defensivo, la agresión en forma de insultos, escupitajos y empujones parte de un grupo de civiles, manifestantes, en acto de protesta.
Con el paso de los minutos y como si la inmutabilidad del grupo de policías sirviera de fuelle para avivar aún más la caldera anímica de los agresores, la agresión se torna cada vez más intensa -violenta, diría si se me permite-; las palabras se convierten en golpes y patadas, mientras que los escupitajos se convierten en vuelo rasante de botellas y piedras de tamaño considerable y dureza nada discutible, a juzgar por la forma en que algún policía cae herido cuando es golpeado. Es entonces, sólo entonces: cuando este ataque comienza a dejar su saldo de policías heridos, que hace acto de presencia la llamada "ballena": ese camión con un gran tanque de agua y mangueras -tipo camión de bomberos- diseñado para refrescar aún los más caldeados ánimos, seguido por una segunda línea de policías, ahora sí, en actitud defensiva, lanzando bombas lacrimógenas. Es ahora, sólo ahora, que caigo en cuenta de que el televisor tiene más sonido que el que proviene de la multitud en conflicto. Una voz está narrando los acontecimientos en pleno desarrollo y se refiere a las imágenes como: "la brutal represión de las fuerzas del orden público contra una multitud que, de forma pacífica, ejercía su sagrado derecho constitucional a la protesta pública". En ese instante me asaltó la duda acerca de si las imágenes a que se refería el periodista eran las mismas imágenes que yo estaba viendo o él hablaba de algo muy diferente.
Al día siguiente, conversando con un amigo acerca de los sucesos de la tarde anterior, este los refería como "la forma brutal en que la policía reprimió una manifestación pacífica". Se refería a las imágenes que vio por televisión en el mismo canal que yo veía, el mismo día, a la misma hora... No me cabe duda de que se refería a las mismas imágenes violentas que yo viera la tarde anterior; es decir, ambos habíamos visto las mismas imágenes; pero, obviamente, uno de los dos no las había visto con sus propios ojos, sino con los ojos de aquel otro, cuya voz ambos oímos narrar los hechos en cuestión.
Mayo, 2007
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El viejo jardinero
Es apenas un eco. Un rumor lejano, muy lejano; si bien más distante en el tiempo que en el espacio del pensamiento. Reconozco el sonido sin dificultad: un rastrillo que se desplaza, peinando los cabellos de la tierra, amontonando hojas caídas como si fueran recuerdos. ¡Si pudierais verlo! ¡Con cuánta ternura las mira!: como si, una a una, las fuera reconociendo todas, al tiempo que las arrastra. Para él, son mucho más que mustias hojas. Son horas, minutos, segundos; son días, semanas, meses; es su tiempo, son sus sueños; es una vida que cada año, una vez al año, se vierte en fragmentos. Acaso, incluso, en su interior, cada hoja tiene un nombre y cada una, también, le cuenta distinta historia.
Él las mira como a iguales. Las amontona, no porque le estorben. Las amontona y las recoge para apartarlas de la anarquía del viento. Él se sabe ya una hoja también -como tal se reconoce- en el jardín del universo: una hoja entre las hojas que caminan al invierno.
¡Ah, mi viejo jardinero!: proyecto tu imagen, después de tantos años, sobre un día de otoño. Imagino, en mi dibujo, que levantas la cabeza y puedo sentir, como otrora, la caricia de tus ojos sobre mi.
No seais como esos árboles
orgullosos y arrogantes de hoja
perenne
que llegan hasta el final con su vestir primero.
Sed, más bien, como el árbol
del jardín casero
que en octubre se desnuda
para vestirse en enero.
octubre, 2007
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Las nueve y cinco
El reloj marcaba las nueve y cinco cuando llegó a la estación. Contrariamente a lo que cabría esperar un lúnes a aquella hora, el lugar estaba vacío. No había nadie para expender boletos en la taquilla y la ventanilla estaba cerrada... como el café, tan frecuentado a diario para desayunar. Menos mal, pensó, que tuvo la buena ocurrencia de caminar hasta allí la tarde anterior y aprovechó para comprar el billete -por simple precaución de no tener que llegar corriendo al día siguiente-. ¡No deja de ser extraño, sin embargo! A esta hora tendría que estar abarrotada la cafetería. El andén tendría que estar lleno de gente que camina de un lado a otro; gente nerviosa esperando al que viene, gente que preferiría no tener que despedir a quien se va y gente que simplemente viene o va. ¡Nadie! No deja de ser extraño.
Miró el reloj: las nueve y cinco. Ya pronto llega el tren.
En todos los años que el anciano mayor del pueblo puede recordar, trenes y reloj nunca fueron a distinto compás; como si cada uno pusiera orden al tiempo del otro, marcaban la hora exacta en conjunto: el tren ponía en hora al reloj, el reloj decía al tren el momento justo para lanzar su grito de júbilo indicando la entrada a la estación. Más exacto que el pitido de la fábrica, era el pitido del tren entrando a la estación y, si alguien quería entonces saber la hora exacta, no tenía más que mirar al reloj. Quiso asegurarse de la hora. Giró la vista hacia el reloj: las nueve y cinco. ¡No tarda en llegar el tren!
Caminó hasta un extremo del andén, dió media vuelta y comenzó a caminar lentamente, hacia el otro extremo, poniendo un pie en cada baldosa y contando los pasos, con lo cual, al final, podría averiguar la cantidad de baldosas utilizadas para revestir el andén. Un juego, ciertamente, algo infantil; pero, al fin y al cabo, no había nadie para verlo y la infancia, cuando se ha crecido cerca de alguna estación, rodeado de trenes y vías férreas, es un tiempo que lo persigue a uno hasta el mismo instante de expirar. De los tiempos de infancia le vino el recuerdo de cómo le llamaba la atención el hecho de que el reloj daba la misma hora por ambos lados. Con la simplicidad -no exenta de lógica y cierta complejidad elemental- de un niño de siete años, para quien el tiempo se había convertido ya en poco menos que obsesión, se decía que si de un lado el reloj marcaba las tres y cuarto, del otro tendría que marcar las nueve en punto. Ya a punto de alcanzar el otro extremo del andén, tal recuerdo le produjo una sonrisa, y, acto seguido, después de echar otro vistazo al reloj, un pensamiento: del otro lado, en este instante, tendría que estar marcando las tres menos cinco.
Las nueve y cinco. No tarda en llegar el tren.
Divisó la entrada del paso bajo las vías que lleva al otro andén. Otro recuerdo de infancia. Alguien le dijo que allí, bajo las vías, aprovechando la soledad y la oscuridad del pasadizo, los gitanos pasaban la noche y se guarecían de la lluvia. Como quiera que una leyenda urbana de la época decía que los gitanos se robaban a los niños, aunque no entendía por qué los gitanos tendrían que robar niños, pudiendo cosechar los suyos, evitaba cruzar por allí. Prefería la aventura de atravesar las vías -lo cual, visto ahora, desde la distancia en el tiempo, no revestía un peligro tan inmenso como otrora le hicieran creer-. "Otra historia urbana, como la de los gitanos", se dijo. Saltó a la vía y, sin mucho esfuerzo, en una pequeña carrera, alcanzó el otro andén. Allí se sentó a esperar ya un poco aburrido. ¿Cuánto tiempo habrá pasado? ¿media hora? Apoyó los codos sobre las rodillas, la cara entre ambas manos y movió sus ojos de un extremo al otro. A lo lejos, le pareció ver a un guardagujas en actitud de intentar un cambio de vías. "Seguramente ya llega el tren". Guardó silencio por un instante como intentando escuchar algo que le indicara la proximidad de la locomotora, pero el mismo silencio que envió al aire, del mismo modo el aire se lo devolvió. Le llamó la atención, sin embargo, que fuera aquel el primer ser vivo -animal o humano- que veía desde que llegó a la estación.
Miró el reloj: las nueve y cinco. "¿Hoy la vida empieza a las nueve y cinco?", pensó "¿qué pasa con el tiempo?".
Volvió la vista al frente. Como si fueran personajes ocultos tras el velo de otra dimensión que ahora empieza a desvanecerse, una pareja de enamorados, equipados con sendos morrales a la espalda, esperan en el extremo del andén frente a él. Al tropezarse sus miradas, la chica le sonríe en acto de saludo. Un poco más allá, un anciano, paraguas en mano a modo de bastón y boina calada, alza su mano en ademán de "aquí, aquí" dirigido hacia otro alguien que pareciera estarle buscando. Contuvo el grito instintivo que carraspeó en su garganta. De pronto la estación adquirió una vida inusitada, si bien, a cierto punto volátil, efimera. En el café, vacío hasta hace un momento, no hay ahora mesas disponibles. Todo el espacio se llenó de gente yendo y viniendo que, más que entrar dan sensación de aparecer y más que salir parecieran desvanecerse. Se sintió algo extraño como expectador de todo aquel movimiento y le pareció más extraño aún, que todos aquellos eran rostros conocidos; no podía definir de dónde o de qué conocía a toda esa gente pero con seguridad no le era gente extraña. Miró el reloj. Las nueve y cinco. Recordó cuántas veces había mirado ese reloj en el espacio de ¿cuántos minutos?. Hizo un rápido repaso mental de cuanto había hecho desde que llegó a la estación y por primera vez aquella mañana se hizo cargo de su nueva realidad -su única realidad, en adelante-: ¡ya nunca llegaría para él el tren de las nueve y cuarto!
octubre, 2007
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¡Ah, poetas!
Tendió a su amada un trozo de papel doblado en el que había escrito tres versos. Ella leyó:
Una noche al traslúz
coro de sombras
golondrinas al alba
y quedó en silencio, mirándole, como esperando una explicación...
Pudo escribir algo como:
vistió el roble
pieles de azucena
y, ya en otoño,
¡quién diría!
floreó su tallo...
con seguridad, ella hubiera comprendido mejor el halago de que estaba siendo objeto. En este caso, un poco desconcertada, tan sólo acertó a decir: ¡no entiendo!
Mayo, 2007
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Honestidad ante todo
No había en el mundo hombre más alegre que Humberto. No era tal su nombre, pero no me parecía bien contar la historia de alguien (aún de alguien que no es) sin mencionar su nombre; y, Humberto, fue el primero que cayó sobre las teclas. En realidad, como ya dije, Humberto es un hombre que no hay; no lo hubo ni lo habrá nunca (por más Humbertos que haya, ninguno será este al que yo me refiero), como aquellas islas de las que hablaba Cunqueiro en su Simbad, cuyo sólo nombre las hace pero no son. El caso es que, para ir al asunto que me ocupa, sería dificil -y acaso imposible- hallar en este mundo hombre más alegre que Humberto. Era el alma de la fiesta en toda reunión a la que asistía. Para él, todo tenía un lado positivo y aunque nadie más pudiera verlo, él lo encontraba al instante. La mayor de las tristezas hayaba fin en su presencia. Responsable hasta el extremo y puntual hasta la obsesión, nunca permitió que nadie esperara por él. El esperaba por todos. En tiempo de trabajar, nadie más trabajador pero, en tiempo de ocio, tampoco aportaba nadie mayor diversión. Hacía renuniones continuamente en su casa; y, sus amigos, llegaron, incluso, a inventar ocasiones para festejar, sólo para poder pasar unas horas divertidas con Humberto. Y no es, como podría pensarse y como ha pasado con otras personas, que se le considerara el mejor payaso del circo. Realmente, era muy querido.
Con ocasión de un resfriado my fuerte, un amigo médico le recomendó hacerse una serie de análisis y estudios de rutina, por aquello de que "a partir de cierta edad, debe uno estar muy atento de la salud para evitar sorpresas"; y, cómo en realidad poco costaba dedicarle un tiempo a ello, se hizo todo lo que le recomendaron, desde lo más sencillo, hasta lo más complejo. Algo en una radiografía dio motivo para una serie de radiografías más... y otras más... y algún eco... y alguna resonancia... y cuando ya no hubo duda, el médico lo llamo al consultorio, lo sentó en frente -esritorio por medio- y le dijo, amigo, la honestidad ante todo. Tengo que ser honesto contigo, no sólo por ética profesional sino por lo mucho que te aprecio. No te queda mucho tiempo entre nosotros. Lo que tienes no se cura ni se detiene. A Humberto, que hasta entonces se estaba tomando a broma la visita, se le descompuso el rostro y con una solemnidad que ni su mujer le conocía atinó a preguntar ¿cuánto es "no mucho"?. Seis mes a lo sumo -obtuvo por respuesta-. Dos meses antes, aproximadamente, te pondrás tan mal que habrá que internarte en un hospital.
Efectivamente. No con exactitud de relojería pero sí con bastante aproximación, sucedieron las cosas. Aquella entrevista fue en febrero. A mediados de octubre, una llamada telefónica de su mujer, poco después del atardecer, nos hizo correr a su casa. El hombre ya no se sostenía por sí mismo. Esa noche lo internaron con la esperanza -eso fue lo que nos dijeron- de que tal vez en un par de días volvería a casa, pero eso ya nunca sucedió. Un mes después (poco más, si no recuerdo bien), acudíamos todos sus amigos a darle el último adiós en uno de esos cementerios que, más que camposanto, parecen campos de golf.
Humberto que nunca maldijo nada ni a nadie; que nunca sintió rencor por nada ni por nadie, seguramente no tuvo ningún resentimiento para quien en su momento le anunció el final, pero casi con seguridad se pasó los últimos días de su vida deseando no haber tenido ningún amigo médico o, a todo evento, hubiera preferido, de parte de él, algo menos de honestidad. Desde febrero, Humberto no volvió a reir ni a contar chistes. nunca más llamó a reuniones en su casa, ni tampoco asistió a las reuniones de sus amigos a las que era invitado. Salía, única y estrictamente, lo necesario; y era para cumplir con las obligaciones propias de su trabajo -a responsable, sólo la muerte lo frenaría-. Trabajaba e inmediatamente regresaba a su casa. Cuando alguien le llamaba por teléfono, siempre se negaba -si es para mi, no estoy- y se pasaba horas delante de la pantalla de un computador en la que a veces escribía: "la honestidad ante todo", con todos los tipos de letra y todos los tamaños habidos y por haber. De febrero a octubre pasaron 7 meses durante los cuales, de ser y poder ser el más alegre pasó a ser el más infeliz de los mortales. Todo gracias a la honestidad de alguien que creyó que las personas deben estar en conocimiento de cuanto le afecta o le puede afectar y que no decirselo -es decir, ocultar- equivale a mentir. No sé hasta que punto tenga razón quien dice "la honestidad ante todo"; lo que sí sé es que cuando alguien intente decirme algo que yo no sepa "en honor a la honestidad", preguntaré primero si conocerlo me servirá de algo y/o me ayudará a resolverlo. Si así no fuera, entonces, no quiero oirlo.
octubre, 2007
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Sin Comentarios... (escena de Autobús)
..........En el autobús, regresando a Venezuela, a mitad de camino entre el aeropuerto internacional Simón Bolívar, en Maiquetía, y la ciudad de Caracas, una voz de mujer resaltaba entre los murmullos de la gente que conversaba:
..........- No es cosa de chavistas o no-chavistas. Venezuela es un país grande en donde cabemos todos. Aquí nunca hubo divisiones. Fuimos siempre una misma gente... un sólo pueblo, unidos en lo bueno y en lo malo; para lo bueno y para lo malo; sin desprecios del uno para el otro, ni por color, ni por condición social, pensamiento o cualquier otra cosa que pudiera ser causa de segregación. Aquí no existe segregación. Si todos somos un mismo pueblo, ¿por qué hacer esa separación entre chavistas y no chavistas? ¡respetemonos todos, cada cual con sus ideas y su propio pensamiento!
..........Eso decía, y la gente con la que conversaba -mujeres de un país vecino que venían a algún tipo de evento cultural, según pude entender- asentían con la cabeza, o con frases cortas en muy baja voz: "tiene razón", "es verdad".
..........Diez minutos después, entrando en Caracas, el autobús frenó la marcha y comenzó a andar muy lentamente, con prolongados periodos de detención.
..........- ¿Qué pasa? ¿por qué no avanzamos? -pregunta uno de los pasajeros.
..........- El tráfico está pesado por una concentración delante del palacio de gobierno -responde el chofer.
..........Y nuevamente se deja oir la voz de la mujer que, ahora en silencio, diez minutos atrás resaltaba por sobre todas las voces:
..........- ¡Otra vez esos malditos chavistas! - dijo en voz alta; y, dirigiéndose al grupo de turistas, ya un poco más bajo - ¡Escoria pura es esa gente!
Febrero, 2008
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