"Quien tenga algo que objetar acerca de lo que yo escribo, sólo piense y recuerde que: Lo que expongo, es mi experiencia y mi pensamiento; no puedo exponer ni su experiencia ni su pensamiento. Si mi experiencia fuese igual que su experiencia y mi pensamiento fuese igual que su pensamiento, entonces usted sería yo... y de ello, a ambos nos libre Dios."
(José L. Dasilva N., manifiesto personal, xxxx)
"El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar, por medio de esta apropiación, el trabajo ajeno."
(Marx y Engels, Manifiesto Comunista, 1848)
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jueves, 29 de mayo de 2008

Una Mujer Sin Prólogo

(Un Texto de Ana María Debali)

Prólogo : lo que sirve como exordio
o principio para ejecutar una cosa


Desde que nací, he sido, una mujer sin prólogo. Fui concebida sin ese algo espiritual que antecede a los hijos deseados. Sin el amor que acompaña al acto sexual en estos casos. Sin esa cosa que hace que tenga un significado especial la frase tan polémica…"Estoy embarazada”, que, en este suceso, significó un compromiso para mi padre y lágrimas de tristeza e impotencia para mi madre. En otras palabras, fui producto de una calentura, nacida, acariciada y sostenida, en el sillón de una sala. Un día cualquiera en que la testosterona rebasó los límites de la espera, mi padre se decidió a derribar los muros, y mi madre dejó pasar la acometida, para no gritar y llamar la atención de mis abuelos, siempre atentos y vigilantes. Así nací yo, para estropear los planes de dos adolescentes. Un hombre que no pudo graduarse, y una mujer que se casó sin saber porqué, ni qué quería hacer verdaderamente con su vida. Un desastre. Fui producto de un desastre. Por eso, apenas nací -sietemesina por supuesto- luego del conteo y de los disimulos de costumbre para llegar con exactitud a los tan mentados nueve meses, fui a parar a casa de mis abuelos, donde viví por casi 15 años.
No tuve prólogo, tampoco, cuando me avisaron a los doce años, que mis padres se divorciaban. Un telegrama y sus pequeñas letras desleídas, grises y agónicas, me anunciaron la separación. Total, yo no los veía casi nunca. Ni a mis dos hermanos. Por lo tanto, tampoco tuve el consabido prólogo de la niñez. Solitaria y criada a la antigua, disponía a mi antojo de juguetes, ropa nueva, zapatos y todo lo que una niña pudiera ambicionar, con el habitual intercambio por las clases de piano, ballet y danza española. Todo lo que pudiera hacer de mí una niña “educada”. Pero mis lágrimas, para algunos sin justificativo alguno, caían con asiduidad, cuando evocaba a mis padres, y mis hermanos, tan lejos de mí, y mis sueños más hermosos, eran los de compartir mi vida con ellos. No dejo de reconocer el gran cariño que me dieron mis abuelos y sé que fui una niña rebelde quizás como dicen algunos “sin causa”. Porque ellos me lo daban todo, mientras yo, soñaba con algo inalcanzable. Y para remate, luego de la separación, mi madre y mis hermanos, comenzaron a verme con cierta animosidad, porque cada vez que los visitaba, era evidente el lujo que había en mi vida, en contraposición con las carencias en que se desarrollaba la suya. Cosa de la que nunca me sentí responsable, pero que hasta el sol de hoy, hace sombra en nuestras relaciones, por cierto, siempre carentes del amor filial producto de tan largo alejamiento. Tal vez por todas esas cosas, resulté una adolescente rebelde, poco obediente, y con ideas revolucionarias, para el desespero de mis abuelos y de mis padres.
No tuve prólogo tampoco para mi primera relación sexual, ya que nadie me habló nunca de estas cosas. Para otras generaciones esto era realmente un tabú. Conclusión: la tuve con el que después fue mi esposo, obediente a las enseñanzas de moralidad y buenas costumbres que prohíben la exploración del mercado, para luego tomar una buena determinación en base al resultado del marketing. Pero no puedo quejarme, ya que el hombre que me tocó en suerte, me enseñó (gracias a mi buena comunicación en este aspecto), cómo disfrutar de las relaciones sexuales, dejando atrás todas esas “bobadas” que según él, nos aconsejan las madres. Fui una buena compañera para él, en el sexo, durante muchos años. Y esto fue mutuo, no existiendo la misma reciprocidad en otros aspectos.
Mi falta de prólogo, continuó en casi toda mi vida: sin prólogo asumí la muerte de mi abuelo, de mi padre, de mi esposo…

Hoy he llegado a la mitad de un siglo de vida. Las experiencias adquiridas, me han hecho meditar mucho sobre la influencia del prólogo en la vida de una mujer. Y he llegado a la conclusión de que muchas mujeres con prólogo en cada acontecimiento importante de su existencia, resultan la mayoría de las veces, mujeres atractivas, seductoras; hasta la belleza las acompaña como efecto potencial de este mentado prólogo. Pero rascando un poco la superficie, me he encontrado con mujeres ambiciosas, inteligentes sí, para la estrategia de la conquista en cualquier aspecto de la vida, inclusive el amoroso, pero carentes de ternura, de paciencia, de ese espíritu místico y de sacrificio que muchas veces se encuentra solamente en aquellas mujeres que hemos padecido la falta de prólogo. No por eso, las cosas nos salen mejores o peores. Y lo que es más trágico, a muchos hombres, les gusta compartir su vida con estas mujeres moldeadas por los prólogos, mientras las que no lo hemos tenido, terminamos nuestra vida en la compañía de una amiga inesperada, no deseada, pero siempre devota: la soledad.
Al fin, casi o para ser más franca, en el puro otoño de mi vida -si ya no es seguramente el puro invierno- llegó mi prólogo. Un prólogo que se prolongó por más de siete años, y no pasó de eso. Un puro prólogo. Fue, después de la muerte de mi esposo. Un amor que comenzó en la red cibernética. Parecía que había llegado a mi vida con la finalidad de cubrir la carencia de todos los prólogos. Y así, me vi envuelta en un cúmulo de sensaciones nuevas. Mi esposo había fallecido, y yo, me refugié luego de dos años de purita soledad, en este amor que fue hermoso para mí, derrochando ilusiones, sueños olvidados, hasta con un sentimiento de erotismo, que muchas veces reemplazaba mi falta de sexo. Pobre, desafortunada y tonta yo. Luego de siete largos años, me di cuenta de que este prólogo, nunca tendría detrás el cuerpo de la obra en sí; que nunca podría conocer el objeto de todos estos sentimientos, y digo objeto, porque la parte humana, no creo que existiera. Me inclino más por creer que estuve en contacto con una máquina de cien ventanas, que con un sólo hombre de carne y hueso. Fui pasto de mentiras, de fingimientos de personalidad; y, cuando llegó el momento de dar a luz a ese hijo que se había gestado por la imaginada concurrencia de ambos sentimientos, me di cuenta de que realmente sólo existía yo, lo demás, era totalmente virtual, careciendo ese “algo" de la intención de conocerme, ni de darse a conocer. Bueno, esta fue la parte mala del prólogo. Pero debo reconocer que hubo una muy buena. Durante estas relaciones, comencé a escribir, y a darme cuenta de que eso, era lo que siempre había querido hacer en la vida. Tarde, pero cierto. Y que este fantasma virtual, sabía de eso, mucho más que yo. Comencé a aprender de él. No digo que ahora escribo bien, no, no es eso, simplemente que me motivó para escribir cada vez más y mejor.
Por fin, luego de siete largos años, me convencí de que era completamente dependiente de esta relación, y de que había perdido contacto con el mundo, ya que permanecía la mayor parte del tiempo encerrada, y esperando esa suerte de contacto. Era una verdadera adicta a la fantasía, había regalado mi tiempo y mis sentimientos a algo desconocido, por lo cual, decidí darme una oportunidad, alejándome, ya que otra cosa, era prácticamente imposible. No puedo negar que todavía lo quiero –sea lo que sea que fuere - y que a pesar de todos mis esfuerzos no he podido olvidarlo. Pero ya no más.
He escrito mi primer novela. Una novela histórica. No sé si podré publicarla, pero creo que lo importante, fue escribirla. Por razones que ustedes no tardarán en deducir, esta novela, no lleva prólogo.


Ana Debali
(agosto, 2003)