(Un poema de Hugo Salvatierra - México)
Si yo fuera una de esas niñas diría no quiero que sean las seis.
Si por mí fuera atrancaría las ardientes manecillas del reloj justo a las 5:59,
las escondería dentro de mi vientre hasta las 8 de mañana
para nunca ver abierto ese portón
y presentir la noche
y jamás salir con el resto de las chicas como vaca al matadero,
con los ojos congelados,
llenos de incertidumbre y de certeza,
con las palmas de las manos adheridas al pecho
como resguardando un capullo lleno de los hijos que aún no tengo,
del sollozo diario de mi madre,
del recuerdo de lo que quedó de Martha en aquel terreno baldío,
y de todas esas cruces armadas con restos de estadísticas
y con los gritos de María Adelaida, María Asunción, María de los Ángeles,
María del Refugio, María, María y siempre María.
Me resisto a caminar de prisa,
a tragar a cada paso las risas incineradas de todas esas niñas
quienes no tuvieron otro remedio que crecer antes de tiempo,
y mientras maquilaban soñar con el amor de su vida,
que abordan con él un autobús que las lleva a una playa soleada,
o a un monte donde el viento jamás te corta la cara de miedo.
Quisiera que el último minuto de las cinco fuera tan largo como el border,
qué si oigo ocho horas más el quejido de las máquinas,
ese crash..., crash que algún día terminará por reventar mis oídos
igual que una máquina lo hizo con los dedos de mi prima,
y el calor de la fábrica con las manos artríticas de mi madre y de su madre.
Rezo mil Padres Nuestros antes de que den las seis.
Comienzo a pedir a Dios y no ceso hasta llegar a casa,
de reojo miro por detrás de mi hombro,
voy tan rápido como puedo.
Qué más da si las piedras traspasan mis suelas,
temo que mi sombra cobre vida y me traicione por la espalda,
que mi cuerpo inerte aparezca en el brillo cegador de la tele
o que mi sangre desborde de la portada del diario matutino.
O peor aún, ver el alma de mi madre hurgando por callejones y descampados
con la ingenua ilusión de volver a verme.
Son las 5:59.
mi corazón suda los segundos venideros,
lloro en silencio y pido por mi vida,
o para que no me toque una muerte dolorosa.
Me preparo a pisar las calles de esta ciudad de polvo,
que siempre esconde todo y nada.
miércoles, 31 de marzo de 2010
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