Hay personas que, después de leer algunas cosas que he escrito, me preguntan -afirmándose a sí mismas, en realidad- si soy
"chavista" como si ser tal cosa fuera una aberración mayor que el mayor de los
pecados capitales. Pues bien, aún cuando lo juzgo innecesario, por cuanto en un
mundo de libertades cada quien tiene el derecho de ser lo que más se le antoje o convenga en el marco de las leyes naturales y la decencia, me permito hacer esta
aclaración:
No me identifico con individuos -sean hombres o mujeres-, sino con ideas, y las ideas no tienen apellido que pueda convertirse en apelativo o calificativo, ni derechos de autor reservados, ni relación alguna de dependencia. Las ideas, como las frases con que se expresan, no son de nadie, no pertenecen a nadie. No es exclusividad de nadie tener tal o cual idea, ni porque "uno" la tenga debe "otro" desecharla para no ser tildado de "un-ista". Si usted y yo tenemos una misma idea, ¿podríamos determinar el momento exacto en que cada uno la adquirió, como para determinar a quién le pertenece?
No sigo a nadie, ni en la vida real, ni en esos mundos de ficción que llaman "redes sociales", de las cuales no pertenezco a ninguna. Si usted, estimado lector o lectora, cree haberme visto siguiendo a alguien, tal vez deba revisar sus conceptos de "seguidor" y "seguido" y evaluar nuevamente la situación bajo la premisa de que, en ocasiones, quien va detrás es porque va empujando; pero, en cualquier caso, si, repito, cree usted que sigo a alguien, vuelva a mirar y quizás, observando un poco mejor, podría darse cuenta de que esa persona y yo trabajamos juntos por la consecución de un fin común; que participamos de la misma idea, que la tal idea da origen a un proyecto en el que, obviamente, ambos creemos y que, trabajamos, a veces sin necesidad del más mínimo contacto, quizás, incluso, sin habernos nunca conocido, para construirlo. En ese caso, ¿Quién sigue a quien?
Cuando usted, que lee lo que escribo o escucha lo que digo, me coloca una etiqueta, automáticamente, en su cerebro me endosa todos y cada uno de los adjetivos -negativos, generalmente- que la misma trae implícitos, ya sea por su propia experiencia o por la asimilación en sí de experiencias ajenas por las que
siente algún tipo de simpatía, empatía o afinidad. Ya poco importa entonces la idea que pueda estar yo exponiendo. Ya poco importa si mis criterios son o no válidos o lo acertado de mis conceptos. Lo que importa es que yo soy un "algo" que usted no es -"y permita Dios que nunca lo sea"-. No soy yo, pues, quien crea la pared entre nosotros: ¡usted la crea!; no soy yo quien nos divide: ¡es usted!
Si en lugar de endilgarme el susodicho apelativo se dedicara a analizar mi planteamiento, quizás -sólo quizás- independientemente de quién tenga o no la razón en el debate, podría llegar a darse entre nosotros un intercambio de ideas, cuya consecuencia inmediata, como en todo intercambio de ideas, sería la de
redundar en beneficio de ambos en cuanto a enriquecimiento intelectual se refiere.
Como sea, alguna gente prefiere el enfrentamiento personal a la sana convivivencia del pensamiento libre y plural. Lo primero, inevitablemente, nos lleva a la división social.
José Luis Dasilva Navia
jueves, 16 de enero de 2014
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