Me miras como si fuera
culpable de tu dolor y ¿qué podría decirte? ¡acaso también lo soy! Me miras y en tu mirada, enciclopedia del miedo, diccionario del rencor, puedo ver como me juzgas ¡y acaso culpable soy! Si un lobo ataca mi granja y aniquila mis ovejas, ¿no escaparé de aquel lobo cada vez que un lobo vea? ¿No intentaría, por lo que uno me hiciera exterminar cualquier lobo que, en mi camino, yo viera? Peor que lobos. ¡Peor!. Asesinos de sueños y esperanzas. Devastadores de futuro. Destructores del hoy y del mañana. Y al pasar por tu lado me disparas sin preguntar, con motivo, el reproche que se anida en tu mirada mientras yo, sin motivo, te disparo el dardo hiriente de mi injusta desconfianza. Huyo de ti prejuzgando tu apariencia descuidada. No me detengo a pensar que bajo esa capa de tierra adherida a tus manos y a tu cara, bajo esa ropa que mal vistes a trozos, deshilachada hay un humano que siente que sufre, que llora y calla. Hoy te vi -como cada día- al pasar por esa calle que es tu casa, tu refugio, tu castigo, tu morada, el patio de tus juegos, el aula en que la vida te imparte su enseñanza. Hoy te vi -como cada día- sentado en aquel banco de la plaza encorvado, como si el peso del viento pudiese más que tu espalda. Mirabas, sin ver, al suelo; tal vez a la tierra hablabas. Vi movimiento en tus labios pero no pude oir nada. Te miré. Por un momento se cruzaron tu mirada y mi mirada. Tus ojos con los míos tropezaron y quisieron hablarme -más bien, ¡sé que lo hicieron! ¡sé que algo me dijeron!- pero yo no escuché nada. Noté tristeza en tu rostro. No vi rencor esta vez en la expresión de tu cara; había un dejo, quizá, de quien por última vez mira a la gente que pasa. Llovía sobre tus mejillas. Seguramente llorabas y no fui capaz de hablarte ¡No pude decirte nada! Y yo seguí mi camino y tú quedaste aguardando el final del sufrimiento, la libertad que llegaba. Hoy te vi como cada día al iniciar la jornada, cuando rumbo a mi rutina -repleta de soledades- por tu calle caminaba. Volví a pasar esta noche también como cada noche cuando voy camino a casa pero no te vi esta noche. ¡No!, esta noche no estabas. Vacío estaba aquel banco: aquel banco de la plaza, que fuera otrora tu cama cuando brillaba la luna y te sirviera de techo cuando una nube lloraba. Allí seguía aquel banco y aquella fuente sin agua; seguía allí el viejo árbol pero tú no. ¡Tú no estabas!. Hay cerca de mi quien dice "nada falta en esta calle, al menos, que no sobrara" y yo, que en silencio escucho, en silencio permanezco. ¿De qué te sirven ahora mi pensamiento y palabra? Vuelvo al papel en que escribo y no sé por qué motivo una lágrima a destiempo, que tal vez limpie mis ojos pero mi culpa no lava, se desliza dibujando los contornos de mi cara. Y ahora, ¿de qué te sirve? Tan culpable como todos me esconderé tras la excusa de la falta de poder, terminaré este café y seguiré mi camino hacia el hogar en que aguardan mis niños, una mujer y unas paredes que el viento, por más fuerte, no traspasa pero tu imagen, lo sé, se hará presente en mis sueños para alimentar mi insomnio y hacer mis noches más largas. Cada vez que muere un niño anónimo en cualquier calle ponemos un nuevo clavo a la Cruz. |
lunes, 27 de julio de 2020
Al niño sin nombre de aquella calle...
(abril/1998)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario