"Quien tenga algo que objetar acerca de lo que yo escribo, sólo piense y recuerde que: Lo que expongo, es mi experiencia y mi pensamiento; no puedo exponer ni su experiencia ni su pensamiento. Si mi experiencia fuese igual que su experiencia y mi pensamiento fuese igual que su pensamiento, entonces usted sería yo... y de ello, a ambos nos libre Dios."
(José L. Dasilva N., manifiesto personal, xxxx)
"El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar, por medio de esta apropiación, el trabajo ajeno."
(Marx y Engels, Manifiesto Comunista, 1848)

domingo, 19 de julio de 2020

Septiembre, 1996

I

El agua es el alma del río.
Cuando dos ríos se cruzan
y, en un único caudal
confunden sus aguas
no hay manera de que vuelvan
(aunque luego se dispersen)
en el tiempo a ser los mismos.
Cada uno, en su interior,
lleva la esencia del otro,
condenados a llorarse,
por los siglos de los siglos.

II

Tu camino y mi camino.
Tu sueño y mi sueño.
Tu destino y mi destino.

Dos historias que en el tiempo
sin quererlo se cruzaron
y, en el tiempo, prisioneras
de su tiempo se quedaron.

III

Reconozco que te hice mucho daño;
que tu alma, en mi, encontró la noche
por creer que hacia el día viajaba.

Por seguir una luz que, en la distancia,
parecía tibio sol de madrugada
pero aquel sol no nacía...

¡cruel engaño de tu vista deslumbrada!
aquel sol no nacía, ¡se ocultaba!

presentóse ante ti cual sol naciente:
luz de un día que apenas comenzaba
pero aquella luz no nacía ¡agonizaba!

¡Yo que creí ser la respuesta
a las dudas que amargaban tu existencia!

No pasé de ser el sueño que una noche
floreció en el jardín de tu inocencia
y se durmió allí, al abrigo acogedor
de esa ternura tan tuya:
sin condición, sin reserva, sin medida
bajo un cielo azul nunca tan claro
sobre un nunca tan intenso verde oliva.

¡Yo que creí ser el artista
que podría dibujar sobre tus lienzos!

No fui más que un sueño en la distancia.
Un fantasma, una imagen transparente
una herida que se abre de repente

Una estela en aquel mar infinito,
un velero sin timón, a la deriva.

Como estrella fugaz llegué a tu vida
Como estrella fugaz fue mi presencia

Y aquí estoy ahora:
tratando de sobrevivir
tratando de flotar en estas aguas.

Aquí estoy:
entre la realidad y el sueño
entre las páginas de un cuento...

IV

Entre el rumor de los pinos
aquel quejido de ramas
al que cantaba Pondal
se oye una voz que dice
como un suspiro: ¡estoy aquí!
¡Nunca me he ido!
Aquí estuve, aquí estoy
¡y aquí sigo!
Y estaré eternamente
viviendo, en sueños, contigo.

Aún después de la muerte
mi más postrero suspiro
hará nido en estas ramas
sobre este mismo camino
(sobre esta piedra, testigo
de una tarde de verano)
compañero de mis juegos
compañero y buen amigo.

V

Para algunas personas nada más somos que accidentes del camino.
Una curva cualquiera que por necesidad hay que tomar.
Una nariz que, con gusto o sin él, se lleva a cuestas porque nace pegada al rostro.
Para algunas personas nada cambia si estás o no estás.

VI

Atrás quedaron los tiempos no vividos.
Atrás, los sueños no soñados
y, las palabras nunca dichas
atrás, muy atrás quedaron;
como atrás quedaron también
aquellos versos que, un día
por no econtrar un poeta
en el tintero del tiempo
con la tinta se secaron.

Atrás quedó, muy atrás
la hermandad que no tuvimos
el cuento que no contamos
el amigo que no hicimos.

Atrás, muy atrás quedó
el camino recorrido
y, más atrás aún, quedaron
las tierras que no pisamos.

Atrás quedó lo vivido.
Atrás quedó lo pasado.

VII

...Y a pesar del tiempo
mi pueblo aún es mi pueblo.
Con la cara un poco enjuagada, tal vez
por una breve llovizna de progreso:
alguna nube pasajera que, al llorar sobre los pinos
creó la irreal apariencia de un tiempo irreal
casi de ensueño.

En el fondo, mi pueblo
será siempre aquel pueblo:
el pueblo de mi recuerdo.
Con sus casas de piedra reformadas
con caminos asfaltados y calzadas
con más luz, tal vez; con más faroles
con algo más de pintura en sus fachadas;
pero aquel olor a hierba aún persiste
en el aire que respira la montaña
y, en la brisa que asciende de la ría, aún perdura
aquel soplo de cultura enmohecida
aquel rancio señorial que acompañaba
en su andar, al habitante de la villa.

En el fondo, mi pueblo
será siempre aquel pueblo.

(septiembre/1996)

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