A veces me pregunto qué hace más daño, si la palabra hiriente que, en un momento de ira, se nos escapa sin intención o aquellos rumores que oímos y damos por ciertos sin buscar confirmación. Es curioso. Convivimos a diario con una persona. Le oímos hablar. Le vemos actuar. Percibimos y sentimos el afecto con que nos trata. Nada que decir. Nada que juzgar o criticar. Ni un sólo motivo de duda. Ni la más mínima razón para la desconfianza. Un buen -o mal- día alguien nos dice -de esa persona- que alguien le dijo que le dijeron que... y nuestro criterio da un cambio radical... o, cuando menos, comenzamos a dudar. ¿Será que no creemos en nuestros propios sentidos? ¿Será que lo obvio -lo que está ahí, al alcance de nuestros ojos y nuestros oidos-, por ser obvio, claro y transparente -porque no se esconde- merece menos credibilidad que lo desconocido? |
martes, 11 de agosto de 2020
A veces me pregunto...
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