"Quien tenga algo que objetar acerca de lo que yo escribo, sólo piense y recuerde que: Lo que expongo, es mi experiencia y mi pensamiento; no puedo exponer ni su experiencia ni su pensamiento. Si mi experiencia fuese igual que su experiencia y mi pensamiento fuese igual que su pensamiento, entonces usted sería yo... y de ello, a ambos nos libre Dios."
(José L. Dasilva N., manifiesto personal, xxxx)
"El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar, por medio de esta apropiación, el trabajo ajeno."
(Marx y Engels, Manifiesto Comunista, 1848)

jueves, 13 de agosto de 2020

Cuestión de "Oportunidad"

(abril/2003)

Acto I

        El 15 de abril de 1985, cerro arriba, a trescientos y tantos escalones de altitud sobre el nivel raso de la ciudad, en un recinto remotamente parecido a algo que pudiera ser una vivienda, nació una niña cuyo nombre no diremos; no por que no lo tenga -tener lo tiene, que la pobreza, aún la más extrema, no excluye al nombre como a veces hace con el apellido-, sino porque esta niña podría ser cualquier niña y, a los fines que persigo escribiendo esto, lo es. Hija de madre soltera y padre desconocido, de hembra en celo, hay quien diría, y macho que se aprovecha sin más conciencia que la ley natural, biológica, imperante en cualquier selva; producto de las circunstancias, acaso de la inocencia. Desde el mismo instante de su nacimiento supo lo que era el hambre; y, al poco de caminar conoció el trabajo duro y constante. Cuando tuvo edad de ir a la escuela, era mujer de su casa: cuidaba de dos hermanos, niños de menor edad, hijos tal como ella de padre desconocido, mientras su madre -típica hembra en ambiente de miseria- ganaba en casa de lujo el poco pan de la cena. De cualquier modo, ¿para qué ir a la escuela? Nada se aprende con hambre como no sea a distinguir los gruñidos del propio estómago. No se puede estudiar con hambre; tampoco sin libros... Y los libros son aún más costosos que el pan.

        Hoy, con 18 años cumplidos, se gana la vida para ella, su madre y sus hermanos -dignamente, eso sí- limpiando la basura en casa ajena, sin más perspectiva de futuro, ni más expectativa, que vivir mientras se pueda.

Acto II

        Aquel mismo día, 15 de abril de 1985, en una clínica privada de una zona más o menos céntrica de la ciudad -clase media, digamos solamente por poner cierta distancia, no para "separar" sino para producir el contraste necesario a la conclusión-, nació otra niña. Su padre aguardaba la noticia en el salón de espera, mientras leía, de un poemario de Andrés Eloy Blanco, aquel hermoso poema "los hijos infinitos"

("Cuando se tiene un hijo, se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera, se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga y al del coche que empuja la institutriz inglesa y al niño gringo que carga la criolla y al niño blanco que carga la negra y al niño indio que carga la india y al niño negro que carga la tierra.")

        Esta niña de la que ahora hablamos, creció al abrigo del cariño y los cuidados de sus padres, abuelos, tíos y demás familiares. No supo nunca de hambres o vestidos rotos y cuando anduvo descalza fue por capricho propio no por falta de zapatos. Asistió desde que tuvo edad a un colegio privado (aclaro: de pago) y entre estudios y juegos -como debería suceder con todos los niños del mundo- pasó su niñez sin mayores contratiempos ni amarguras.

        Hoy, felizmente a sus diez y ocho años, comienza el segundo año de carrera universitaria.

Acto III
(discusión)

        Cuando pienso en estas dos niñas y oigo cosas tales como que "nada hay escrito para el futuro del ser humano" porque "el futuro de cada-quien, cada-quien lo escribe a medida que vive su presente", me digo que hay algo que no encaja del todo en su sitio. ¿Será que la segunda niña, me pregunto, tuvo mejores maestros de redacción, gramática y ortografía que la primera cuando aún estaban en su limbo prenatal (o preconcepción, por ir más atrás)? ¿Realmente fueron ellas quienes escogieron los padres que habrían de concebirlas? ¿Fueron ellas quienes escogieron el lugar donde iban a nacer? ¿qué culpas tuvo la una que la otra no tuviera? ¿Qué méritos?.

        Hay quien se esconde tras la idea de que "la oportunidad toca todos los días a la puerta, quien no la aprovecha es porque no quiere" para no ver -como recurso para evitar enfrentar- lo que sucede a su alrededor. Son aquellos que después de haber "levantado" una empresa exitosa, a costa de no poco esfuerzo (reconozcámoslo), atribuyen su éxito exclusivamente al esfuerzo dedicado y olvidan que hace años alguien tuvo en ellos la confianza suficiente -les dió la oportunidad- y puso a su disposición los recursos necesarios -financieros, intelectuales o del tipo que fuera- para comenzar. Es aquel que ha logrado acumular una cierta fortuna, gracias a su perseverancia y constante esfuerzo 18 horas al día durante 365 días al año y no pierde oportunidad para contarlo, orgulloso y ufano -con sobrada razón-, olvidando mencionar, por supuesto, el apoyo que desde algún despacho gubernamental -a cambio de un mínimo porcentaje y uno que otro obsequio por favores recibidos-, le vino en la forma de contratos o pagos anticipados. En fin, las variantes son tantas que sería imposible detallarlas todas -de harto conocidas que son, por otra parte, no tiene sentido detallarlas-.

        El caso es que -y no dudo que habrá quien me lo discuta-, muchas veces el éxito o el fracaso -dependiendo de lo que cada quien entienda por éxito y fracaso, pero en fin, el estar en donde se está- se reduce a una cuestión de oportunidades -estar en el lugar apropiado en el momento apropiado-. Es cierto que la oportunidad sin esfuerzo no lleva a ninguna parte; pero no lo es menos que el esfuerzo sin oportunidad, sólo nos lleva al cansancio; al desgaste físico y moral (que acaso, el último, sea el peor de los desgastes).

Abril, 2003

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